martes, agosto 30, 2005

xxiii

Recuerdo, en mi adolescencia, haber usado un cinturón para asfixiarme mientras me masturbaba tumbado en el piso. Recuerdo, también, haberme golpeado con el mismo en la espalda, en los muslos, en los genitales. Luego vinieron los cortes en los brazos, luego, alguna vez, atreví con un emboquillado en el muslo izquierdo. Dando de tumbos en la Internet conocí los grupos de BDSM. Recuerdo haber agregado a cuanta "sumisa" dejaba su correo para ser contactada (debo decir que "elegí" el rol de Amo porque alberga la promesa de poder ejercer violencia sobre alguien más). En los primeros días conocí a una sumisa boliviana que me enseñó lo que un "buen Amo" debe saber; es decir, cómo tratar a las sumisas, cómo hacer para que las mismas no pierdan el interés en uno, más un largo etcétera que, en aquel momento, me pareció algo por demás fascinante; que terminó, también, por hacerme olvidar lo que realmente buscaba. La fascinación no decrecía: la misma boliviana me ofreció a varias "perritas" (sus perritas, por cierto) para mi "entrenamiento" (ella insistía en que yo tenía cierta vocación para llegar a ser un "Amo verdadero", de "los mejores"). Me revisaba las conversaciones, me corregía, me hablaba sobre la personalidad, de los gustos de fulanita y perenganita. En ese tiempo, después de salir de la Internet, me imaginaba violentando a aquellas mujeres de las cuales sólo conocía ciertas imágenes, cierta forma de escribir, ciertas apetencias y tono de voz. La posibilidad de ejercer violencia sobre otro cuerpo que no fuera el propio me resultaba deliciosa, irresistible. Seguí en eso hasta que conocí a una mujer de Celaya, Guanajuato. Las "clases", las lecturas, habían dado sus primeros frutos. La mujer estaba enamorada de tal manera de mí que pude haber hecho casi cualquier cosa con ella. Me acobardé, atreví menos de lo que venía imaginando todo ese tiempo. Para ese entonces ya me daba cuenta de lo patético podía ser todo eso, de lo ridícula que podía llegar a ser la asunción de cierto rol, de cierto "personaje". Lo más importante: la violencia estaba sublimada; lo estaba, por lo menos, en el ambiente con el cual yo me relacionaba. La búsqueda, la posibilidad de satisfacer cierta necesidad, ciertos impulsos inconfesables, estaba siempre pospuesta, lo sigue estando. Es muy probable que nunca llegue a atrever todo el imaginario que he venido alimentando todo este tiempo. La pregunta por el por qué, los supuestos, y todo aquello que he tratado de ignorar y dejar de lado al escribir esto, queda para una mejor ocasión. Con todo, no habré de renunciar, he de atrever lo más posible. Eso seguro.

3 comentarios:

De Josefa dijo...

mito fundante, fábula, sumario narrativo. distante de las instantáneas, de las escenas a las que nos tienes acostumbrados. permiten situarlas, sin embargo, en un contexto que les da sentido. me gusta, cómo no, me siento involucrada. pero sobretodo abre mi apetito por saber hacia dónde se desarrolla cada uno de los cabos sueltos. es como un material denso del que cabe esperar un big bang.
abrazos.

Dulce M González dijo...

Sospecho que has estado leyendo a Sade, o a la Jelinek (aunque en ella todo tiene sentido crítico). Está muy bien escrito el texto, cada palabra en su lugar. Saludos.

ddmmaa dijo...

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A Sade hace dos años y medio que no lo leo, de la Elfriede sólo he leído Deseo (gracias a una mujer de formas undosas)Sospecho más bien que apenas a trevo a escribir un poco de mí. Espero, or supuesto, llegar a hacerlo alguna vez de manera crítica, con alguna risa de por medio.

Muchos saludos.

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Espero los cabos sueltos se resuelvan con gracia y fortuna. Espero, sobre todo, su corazón oriental por toda ruina y vestigio. Espero la consunción del cuerpo, algún verano.