miércoles, agosto 08, 2007

lxxviii

Ella se asfixia para procurar el placer, se golpea en la espalda. Pero el hombre sólo ve sus piernas deformes, blanquísimas. Aquella tarde, ella le mostró las marcas en su piel enferma. Él le mostró la quemadura, las cicatrices. Pero no es cierto, no mostraron nada. La mujer le enseña las piernas de las que tanto se avergüenza. Antes no lo hacía. Él sigue sintiendo esa angustia pero no se lo dice: chilla como un animal cuyas heridas siguen abiertas, como un animal desollado que no se acostumbra a la caricia del aire, a su propia respiración.

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Él le pide fotografías, ella se las muestra: un tobillo, la boca, cierta parte del cuerpo. Se han tomado con la intención de que no se pueda reconocer qué lugar de la carne es la que ha sido fotografiada.

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La segunda vez que se vieron tomaron chai, consultaron el I-ching. Fuego contra fuego -eso respondió-. Hubo silencio, una larga despedida. Fueron al encuentro de la amante del hombre, en un cuarto de hotel. Tomaron vino en el camastro de hierro.



Corregido el 25 de noviembre de 2010