domingo, octubre 30, 2005

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De: "k_l_i_n_g_z_o_r"
Fecha: Mié Jul 13, 2005 6:11 am Asunto: Bicéfalo
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El tigre, el blanco caballo desbocado, una bestezuela que ríe. Eso más lo que repite la misma imagen, el mismo acomodo, salvo algunos detalles sintácticos, salvo los ablativos absolutos, y el hocico abierto: Dominique Swain, tu doble, y sus blancas piernas, sus pies al aire, la boca que devora mi boca, metidos como estamos en aquel baño, en aquel bar donde los vodkas y el ansia terrible de fingir que se puede y se debe morir por el cuerpo amado. Importa que sea todo sin retorno, todo azar relumbrando, todo aquello, lo distinto, claro está, salvo lo que no se dice: el giro del tiovivo, los versos de Valante, y los pies descalzos, el giro tras el giro, sobre la tiery los pies vulgarmente descalzos, y los pies descalzos sobre los mosaicos oscuros.

sábado, octubre 29, 2005

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Y bien, ¿algo más? Por supuesto. Debo decir, también, que mi miembro es ridículamente pequeño. ¿Qué tanto? Pequeñísimo. Pero no tan pequeño como para que no se quejen mientras las abro. Hasta muy tarde he sabido que el tamaño importaba. En mi niñez no participé de esos atisbos sexuales que se dice son tan comunes. No se lo enseñé a nadie ni nadie me enseñó el suyo. No participé en competencias para ver quien orinaba más lejos, no participé en masturbaciones colectivas. No tuve acceso a imágenes sexuales sino hasta muy tarde, tal vez demasiado. Luego entonces, cuando las mismas llegaron (recuerdo los grandes falos propios de la pornografía) supe que algo andaba mal. Con todo, no llegué a angustiarme. Es decir, me angustiaba la posibilidad del contacto sexual, de las aproximaciones, no la función del miembro condicionada por nociones de magnitud (bien a bien no sabía en qué consistía el acto sexual, la copula -sic-) Entregado a un onanismo vehemente (llegué a masturbarme trece, catorce veces al día), las aproximaciones sexuales, el escarceo, quedaban siempre pospuestas. Me refugiaba en la idealización amorosa, no en la proyección sexual del ser amado, no en el deseo del cuerpo (me angustiaba mi cuerpo, la desnudez del mismo, el encuentro con el otro) .Fue hasta mi primer acercamiento sexual que la "angustia-del-pene" se hizo presente. El relato está ahí: perdí la erección apenas puesto el condón. La escena se repitió una vez más. Luego todo se resolvió con donosura: la bala destrozó mi cabeza, me entregué a una sexualidad desbordante, marcada por la voracidad del cuerpo. Me entregué con gozo a una intimidad en la que todo era riesgo. Encaminé mi sexualidad hacia un opuesto afortunado: la perversión. Ningún pudor, ningún sentimiento de culpa. Alguien me dijo que mi vida estará marcada por el sexo: es cierto, lo está. He sido cunsumido por otros cuerpos, he devorado a quien se ha atrevido a entrar en mi cabeza, la otra, la marcada por la intimidad. Eso, y cierto falso pudor, cierta impostura, cierta inclinación por las mentiras.

sábado, octubre 08, 2005

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Censura.

La entrada original trataba el asunto del color de mi ano. El texto era, evidentemente, una provocación. Me gustaba imaginar, en ese entonces, que una mujer me penetraba con un strap on. En el texto me preguntaba cuál sería la reacción de dicha mujer al abrir mis nalgas, al encontrar esa tonalidad absurda y ridícula por mero contraste con el resto del cuerpo. Fuera de eso, el texto era, como bien ha apuntado Luciernaga en los comentarios, un "aviso de ocasión".

Cabe decir que, una vez feminizado (vestido y pintarrajeado como una mujer), el asunto planteado en el texto poco importó. La J., con el strap on puesto, se dedicó a follarme de lo lindo. Ahora sé por qué a las mujeres les gusta tanto que las penetren con violencia, por qué les gusta saberse lo que llaman puta.

Sí, grité como una puerca. Sí, también esto es una especie de provocación, pero una provocación unívoca, cabeza a cabeza, entre Francisco y Francisco.


domingo, octubre 02, 2005

xxxix

Esto recuperamos.

El destajo, las partes
del animal, sus entrañas por tierra,
la violencia del coito.

Acaricia el aroma
de mi sexo y el tuyo,
el muslo derecho, la quemadura.

Tal es, mujer, tu templo
-la muerte, la risa, ella bailando-,
tu dios único y Templo.

xxxviii

: La primera vez fue en el mes de marzo. La habitación, en un segundo piso, tenía un ventanal que daba a la calle. Había un canal que en los meses de lluvia arrastraba las hojas. Había llorado toda la tarde. Faltaban pocos días para el siete. Pensaba en ti. Todo era sorpresa. De esos días recuerdo tan poco. Pasaban de las seis de la tarde. Era un domingo, como hoy. Meses después caminé bajo la lluvia con una compañera de curso mientras pensaba en la muerte. Había mucha puesta en escena en cada corte. A veces sólo buscaba un motivo para hacerlo. Tiempo después podía cortarme sin tener que llorar, sin tener que estar en “crisis”. Un día la compañera de curso (en una cafetería) tomó mi brazo: pegó la nariz en la herida, la olió largamente ante la mirada de un tercero. Llovía, era de noche. Me sentía tan solo en ese tiempo que fue inevitable no enamorarme de la compañera. En ese tiempo las distancias me afectaban de un modo distinto. A veces pensaba en las cicatrices. Sigo pensando en las cicatrices. Hace un año me corté frente a ti, ¿recuerdas? La última vez fue en los muslos, con tibieza. Sigo sintiéndome solo. Cerca de las quemaduras de cigarrillo. Las últimas veces ha sido más por placer que por angustia. Lo hacía para llamar la atención. También he chantajeado. Me gustaría tener más resistencia ante el dolor. El día que te casaste ha sido el único día en que he querido tener el valor suficiente como para matarme. En ese tiempo vivía en una especie de buhardilla en el centro de la ciudad. Me gustaría cortar otro cuerpo. Tomaba jarras de agua fría con café y alcohol para curaciones. Encuentro que no hay mucho que contar: sólo me cortaba. A veces extraño los amaneceres, el aroma del café recién hecho, la lluvia en las aceras.