domingo, diciembre 18, 2005

lxx

Quedé de verme con ellas en un café.

Una vestía de verde, la otra de negro. Las dos llevaban el cabello suelto. La de negro pide café, la de verde pide agua. Una fuma, la otra también. Viviré mucho, me dice la de negro después de leer mi mano. La otra se hace pasar por hombre. Una de ellas me gusta demasiado. A una le regalo un libro de Jorge Volpi, a la otra le regalo uno de Boris Vian. La una mueve a la compasión, la otra a la violencia.

Diciembre de 2006 (¿?)

martes, diciembre 13, 2005

lxix

Tendrá amarrados los senos, estará vendada, llevará las manos atadas. La primera serie de fotografías será de su rostro. Orinaré sobre su cabello, sobre su boca. Luego vendrán los objetos en su vagina, en el ano. Luego el puño, el peso del mismo. Quiero humillarla, sólo eso, nada de sexo. Las fotografías serán publicadas en un blog creado con una cuenta alterna. ¿Te gustaría verlas?. Mi padre solía fotografiar a sus amantes. Lo sé porque una de ellas le mandó a mi madre una serie de fotografías que yo descubrí más o menos a los once años. La mujer aparecía desnuda, los mismo de pie sobre la cama que acostada, mirando a la cámara, mostrando el sexo. Eran cuatro, tal vez cinco, en formato pequeño, en blanco y negro, metidas en un sobre de fieltro oscuro. Nunca entendí por qué mi madre las conservaba. Ella sabía, estoy seguro, que yo las frecuentaba de vez en cuando. Solía mirarlas largamente. No recuerdo haberme excitado con ellas hasta algunos años después. Una sensación que no podría describir, porque he olvidado, pero que seguramente se parece a la culpa, me invadía al masturbarme con las fotografías de la mujer con la cual mi padre se acostaba. Pensaba que, probablemente, esa era la mujer por la cual mi padre había dejado a mi madre. Dos años después las mostraba sin pudor a los amigos, contaba la historia (lo poco que sabía hasta ese momento) de la mujer y de mi padre. Luego las perdí sin saber dónde, ni cómo. Aún recuerdo el cuerpo de la mujer, su mirada, su sonrisa, la disposición de su cuerpo. ¿Qué rostros me esperan, qué cuerpos? ¿Qué disposición guardaré para su rostro, para sus miembros gastados? Luego tendré que desatarla, su mirada caerá sobre la mía. Imagino su asco y el mío, algo ha de quedar de todo esto.

sábado, diciembre 10, 2005

lxviii


"He leído que la inteligencia de las mujeres termina de crecer a los veinte o veinticinco años. No sé nada de la inteligencia de las mujeres y tampoco me interesa. Pero el espíritu de las muchachas muere a esa edad, más o menos. Pero muere siempre; terminan siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo... Y si uno se casa con una muchacha y un día despierta al lado de una mujer, es posible que comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas."

J. C. Onetti, El pozo.

martes, diciembre 06, 2005

lxvii

Notas para un epitafio:

Si murieras joven, si murieras pronto, si pudiera morir contigo, que se diga que hubo tardes, un abrazo, la fatiga que nos cubre con sus presagios adversos; que se diga un cansancio de mirar, una tarde junto al mar que no tuvimos, dos cuerpos, algo que ya desaparece en la penumbra.

sábado, diciembre 03, 2005

lxvi

Sueño en dos movimientos (escenas)

Escena primera
:

Estoy en una habitación oscura, con compañeros de la escuela. Vemos una película. La película me recuerda, vagamente, a Fassbinder y, en menor medida, a Wim Wenders. No sabría decir en qué. A cada movimiento de los personajes los mismos se desdoblan siguiendo secuencias distintas: el uno prosigue el gesto, el otro se queda inmóvil o se detiene en medio de la pieza para decir su diálogo, el uno hace el mismo movimiento con pequeñas variantes -el movimiento de una mano, la mirada hacia otra dirección, etc-. Un hombre es una multitud de hombres. Luego los mismos se desvanecen para seguir los movimientos de uno sólo, es decir, la secuencia atiende una posibilidad de entre las demás posibles. Una película cuya "reflexión gira en torno a las posibilidades" -decía un compañero- Un hombre se incorpora de su asiento, varios hombres se incorporan de su asiento, unos más se quedan sentados, otros miran directo hacia la cámara. Hay muchos hombres, hay sólo uno. El hombre se incorpora.

Escena Segunda
:

En el estudio del padre, en aquella habitación llena de libros, marcada por el escritorio de madera oscura, el hombre seduce a su esposa. La escena es en blanco y negro. Cine mudo, sin música de fondo. El hombre intenta seducir a la mujer que se resiste sin oponer ningún tipo de resistencia. años treinta o cuarenta. Así visten los personajes: él con un traje oscuro, ella con un vestido pálido y largo. La descripción ha sido bastante general y pobre. Ella es seducida por su esposo, que termina por tratarla pertinentemente: de manera brusca, anteponiendo su deseo y siempre su propio deseo. La mujer es tomada sobre el escritorio, con la ropa puesta. Sobresalto. Alguien entra a la habitación. Los espectadores no podemos saber quien (la cámara sigue enfocando a los padres, que recomponen sus vestidos). Es el hijo. Los ha escuchado. Los padres intentan, desesperadamente, inventar alguna excusa. La madre le dice al hijo que practica su latín, que el padre la corrije y le enseña. Parodia. La madre se envuelve en una cortina blanca, a modo de toga: empieza a recitar versos latinos, probablemente de Virgilio. La madre exagera cada gesto como es propio hacerlo cuando se declama una poesía clásica. El padre es complice y comparsa: también recita, también exagera los movimientos; toma a la madre por la cintura y la levanta del suelo; ella extiende los brazos como si volara, sigue recitando a Virgilio. El hijo acusa, señala con el dedo.