sábado, noviembre 12, 2005

lix

Hijo prodigo, despojado de propia mano y por otras, vuelvo a la delicia del amor y sus promesas. Vuelvo por hartazgo, claro está. Vuelvo no para decirte que me gustaría morir contigo, sino para decirte que me gustaría morir contigo. Vuelvo sin esperar promesa, porque sí, Vuelvo para no perderme los detalles, para mirar fijamente. Narcicista. Sólo podre amar cuando el otro sea mi doble, cuando sea el sometido. La trampa sigue siendo la misma, el afán el mismo. El revolver ha sido descargado dos veces contra la sien, no hay novedad, ¿qué podría haber?. Las heridas son las mismas, esperando ser abiertas; pero esta vez no preguntaré por qué, no me diré al oído: pobrecito el pobre que eres, Francisco, tanto que sufres tanto. ¿A razón de qué intento hablar de mí una vez más? Intento hablar de lo que no es, de lo que no se sabe, de lo que apenas se alza como un nombre demasiado gastado, parte de un discurso propio que intenta ser parodia, arrebato, límite.

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Desatino. Siempre he intentado el giro de lo uno a lo otro; eso, me he resistido a reír, a cagarme de risa, a darme de palos como se los dan al perro que husmea la carnicería, la mesa donde come la familia; sigo contando la misma historia de cuando todo era tan bueno,; la cuento sin creer en la historia, sí en el efecto que provoca en el que escucha, en el que sonríe y dice para sí: qué buen tipo el Francisco, pobre diablo, ¡pero si hasta dan ganas de acariciarle el lomo!.

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A ese animal desnudo es a lo primero que renuncio; es, también, lo primero que procuro. Falso movimiento.

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