viernes, noviembre 11, 2005

lviii

Orinar en su rostro, no en su espalda. Tomarle del cabello y, clichés más, clichés menos, escupirle el rostro después del golpe, de los que sigan. Hartarse de todo, dar sin entusiasmo contra sus muslos, si es que los hubiere. Asquearme de todo aquello, religiosamente, porque es preciso conservar algo del asco, un poco de aquello para poder llegar, besar a mi madre, conversar con los amigos, tomarte de la mano mientras tu padre habla de la tradición latina, mientras escuchamos a la Callas. Regresar enfermo y sin victoria, sin saber cómo, con los intestinos pudriéndose, con el sexo llenándose de llagas, lentamente. ¿Qué más da si aquello viene a instalarse con sus heraldos, si todo es un presagio adverso? Habrá que inventar el fragor de la batalla, la certeza del golpe, el que desbasta al otro, y más prestamente las victorias, las que no deben faltar. Porque todo sigue siendo lo mismo, porque es preciso tenerlas. Mientras tanto que se pudra el vientre, que se llene de llagas, si es que hubiere.

1 comentario:

De Josefa dijo...

Asquearme de todo aquello, religiosamente.