sábado, septiembre 03, 2005

xxvi

La cabeza sigue en su sitio, la tuya y la mía. Aquellos efectos olvidados, lo que no toca nuestros cuerpos, vuelven como un presentimiento de muerte. Deberías pedir mi cabeza, resolver este giro de una vez por todas. Deberías atar tu cabello al mío, cantar aquellos salmos que preceden a la fatiga del cuerpo y a los cuerpos. Deberías pedir para nosotros lo que no se repite, bailar con tus miembros amarillos, atada por la cintura si todo canto, el nuestro, se pierde en la penumbra, si pocas alegrías nos quedan.


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