jueves, septiembre 15, 2005

xxxiv

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Veo la fotografía que me has enviado. Recuerdo a Radha Mitchell en High Art (film de Lisa Cholodenko). La protagonista es retratada al amanecer por su amante, Ally Sheedy, en una habitación llena de luz. La cámara insiste en las sábanas blancas, en la curva de la cintura, en el contorno, en la blancura de un cuerpo y su acomodo, en aquello que llamamos sonrisa. Curiosamente no pienso en aquel amanecer, en el nombre propio del que te fotografía, en el cómo ni en el por qué. En vez de eso miro tu cuello, tus labios, la disposición de la mirada, el cabello tan largo y negro cayendo hacia el costado. Pienso en el acomodo de los cuerpos, no sólo del tuyo. Cada día me sorprendo con la mirada fija en un tobillo, en el pliegue de una falda, en el vuelo de unas manos que se agitan, en el aroma que va dejando una colegiala por la mañana, caminando con prisa, cuidadosamente peinada. La mañana trae siempre ese destello sobre las cosas, las mismas que siguen cayendo en sí mismas, conservando el letargo, el afán de la espera. Cada día el destello, el aroma que logra escapar al disimulo. En una escena, Lucy Berliner fotografía a Greta, su amante alemana. Estoy cansado, ******, eso es todo. Uno camina cada mañana, aspirando un cigarrillo, sin poder mirar fijamente. Se descubre mirando un tobillo, el pliegue que ciertamente tienen las prendas, el giro de unas manos y el peso que adelantan en el aire. Uno se descubre por costumbre, me digo. Me asaltan, a veces, imágenes de una violencia mayor, las mismas que ceden ante el deseo y su elaboración tan pobre, programática, llena de lugares comunes. A veces todo aquello es lo mismo. La violencia desemboca en aquel afluente oscuro como imitando la dicha.
A veces la violencia es lo mismo.
Estoy cansado de mirar, es eso. Toda fatiga se resuelve en qué, vuelve en qué. Todo es de mañana, algún día.

Francisco

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