para ser leído tres
veces por ti, por su boca,
juntos, en un lecho.
i
Una canción compuse
a la mujer del templo, pero ella no lo sabe.
A ti, Elis, que peinas tus cabellos silvestres,
así, sin escucharme.
ii
Dime, ¿vendrás mañana?
¿Vendrás aquella tarde cuando estuvimos juntos?
Es preciso que lleves por aroma el jacinto,
que no olvides el peso de tu amante,
ni aquella vez, cuando tu risa fue para otro.
Sólo así podrán tenerte mis brazos.
iii
¿Hay un dios, mujer, anterior a todos los dioses?
¿Por qué insistes, por qué, en mirar hacia el Oeste?
Tal es, mujer, tu Templo,
tu dios único y templo.
¿Vendrás aquella tarde cuando estuvimos juntos?
Es preciso que lleves por aroma el jacinto,
que no olvides el peso de tu amante,
ni aquella vez, cuando tu risa fue para otro.
Sólo así podrán tenerte mis brazos.
iii
¿Hay un dios, mujer, anterior a todos los dioses?
¿Por qué insistes, por qué, en mirar hacia el Oeste?
Tal es, mujer, tu Templo,
tu dios único y templo.
8 comentarios:
Bellísimo.
lambisconas
No es para tanto... (solo por contradecir)
Bellísimo, seguro mi comentario no es tan diferente... Bellísimo, eso es todo, casi nada. Bellísimo (de nuevo)
Mi admirada Artífice me llevó a tu blog. He llegado un poco fatigado por tantos cielos recorridos, por tanta madera cortada hecha velero, por un resplandor en un vértice de mi frente, por la zozobra que ata mis manos en los crepúsculos...
He llegado voraz. Y me quedaré aquí como en un país encantado...
mentecato, debería darse cuenta de que Francisco solo tiene lectoras, no lectores ¿qué hace usted aquí? desentona, haría bien en largarse, y dejar a Francisco solo, dejarlo con nosotras, y no volver.
Que se atasquen las puercas, y que Francisco las vea desde lejos. Por eso, porque el lodo es de las cerdas.
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